lunes, 23 de mayo de 2016

Para evitar las zarzas...

Anduve por el bosque durante varias horas. Al principio pensaba que lo hacía en la dirección correcta. Sin embargo, cuando empezó a oscurecer y oí el sonido de los primeros búhos, me di cuenta de que estaba perdido. Como no tenía otra opción continué caminando. A los pocos minutos, aunque el cielo todavía conservaba una pizca de claridad en su cresta, todo a mi alrededor estaba demasiado oscuro como para poder verlo. Me senté sobre una roca que había cerca y me detuve a ordenar mis pensamientos. Estaba claro que no llegaría a ningún lado si echaba a andar sin una dirección concreta. 

Mi primera reacción fue buscar las estrellas. Alcé la vista y observé un cielo cada vez más oscuro pero no conseguí ver en él nada que pudiera serme de ayuda. Seguía pensando en compañía de mi soledad. Mis piernas estaban cansadas del camino. Notaba la sangre palpitar constante por mis gemelos y entre los huesos de mis pies. Agradecían que me hubiera sentado a descansar. Entonces se me ocurrió una idea que, al menos en principio, debería funcionar. El bosque en el que me encontraba no estaba en un espacio llano sino que se extendía sobre la ladera de una montaña. Si ascendía hasta lo más alto tendría un buen campo de visión y, desde allí, podría vislumbrar un camino que me llevase de vuelta a casa. 

Al abandonar la roca que me había servido de abrevadero mis rodillas se resintieron. Al momento comencé a ascender en dirección a la cumbre de la colina sorteando zarzas y matorrales que, a medida que subía, se iban convirtiendo en la única vegetación que habitaba aquel peñasco. Poco a poco los árboles habían desaparecido por completo y, al llegar a cierta altura, también lo hicieron los espinos. Tras de mí se extendía un bosque negro como la noche y profundo como las aguas de un mar en calma. No pude evitar pensar en las bestias que lo habitarían y en mi suerte por no haberme topado con ellas. Por delante, el paisaje no era más amable. La colina continuaba en pendiente ascendente en forma de pedregal y ríos de arena sigilosa que se extendían de manera irregular a largo de la lontananza.