viernes, 15 de abril de 2016

Dar tres vueltas a la propia casa

Dice el proverbio chino: “Antes de cambiar el mundo da tres vueltas a tu propia casa”. A lo largo de la historia de los pueblos hay dichos similares, al fin y al cabo la experiencia humana es siempre humana, independientemente de dónde y cuándo se haya vivido. 

Recuerdo que, a lo largo de muchos años, siempre fantaseaba con las grandes cosas que haría cuando fuera “mayor”. El tiempo ha pasado más rápido de lo que esperaba, y son muchas las cosas que he hecho, aunque no tan grandes como había soñado. En la adolescencia la energía es infinita. Las ganas de cambiar el mundo encuentran la fuerza necesaria para lograrlo. Sin embargo, sin ser un anciano aún, esa fortaleza se desvanece poco a poco (Temo cómo serán los años venideros si ya hoy el agotamiento es tal). La verdad es que, echando la vista atrás, y con la ventaja que aporta la perspectiva del tiempo pasado, uno se da cuenta de que el mayor pecado que se comete en la juventud es creer que es más fácil cambiar el mundo que hacerlo con uno mismo. De nada sirven los grandes ideales y los grandes proyectos cuando no se puede salvar un sólo día. 

El proverbio habla del mundo y de la propia casa. Mundo es siempre una palabra grande, aunque se utilice con distintos significados. En su sentido más amplio se refiere a la Realidad, al todo, a la suma de todas las cosas que existen. Su otro sentido, el pequeño, hace referencia a espacios más reducidos pero que guardan alguna relación entre sí. Además, suele ir acompañado de un predicado que lo determina para acotar bien la esfera de lo que cae en su pertenencia: el mundo de las ideas, el mundo universitario, el mundo de la política... 

La propia casa es una metáfora de la propia persona. Es bastante acertada. Al fin y al cabo, la casa es, en cierta medida, una prolongación de nuestro propio ser. Tiene personalidad, no es algo que se adquiera completado sino que es su habitante quien, con su “vivir en ella”, hace que la casa sea casa y no sólo inmueble o edificio. Dar tres vueltas a la propia casa se refiere a mirar nuestro pequeño entorno, nuestra propia persona y todas sus prolongaciones. 

El mundo y la casa se enfrentan para ilustrar un conflicto que se repite eternamente, generación tras generación y cultura tras cultura. El proverbio pretende llamar la atención sobre una realidad que es dolorosa pero muy tangible. Tenemos voluntad de cambiar el mundo, pero no somos capaces, ni siquiera, de cambiar nuestro espacio más cercano. Teorizamos sobre las grandes ideas y proyectamos sobre cuál debería ser el mundo perfecto y, sin embargo, no somos capaces de aplicar esos principios a las tres vueltas de la casa. 

La conclusión es clara (Es lo bueno que tienen los refranes, no hace falta pensar para aprehender su significado, simplemente llegan a nosotros como una luz brillante que transforma lo negro en día y el vacío en miles de cosas con formas y colores): El objetivo sobre el que se debe centrar todo el esfuerzo no es el “gran mundo” sino la “pequeña casa”. 

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