lunes, 17 de agosto de 2015

Alice

Alice corrió hasta la habitación de su madre con el osito de peluche apretado contra su pecho. Al llegar empujó la puerta entornada y se quedó un segundo contemplando la figura que se hacía hueco entre las sábanas de una cama demasiado grande para aquel cuarto. Se subió al colchón y comenzó a relatar la historia de siempre.

Un señor oscuro estaba en su ventana y le decía que se fuera con ella a su casa. Eloise, su madre, le explicaba que eso era un sueño, que no había nadie en su ventana y que ella lo había soñado. Alice miraba entonces a su madre con cara de incomprensión. A sus cinco años de edad no sabía cómo expresar lo que sentía. Para la niña aquella pesadilla era muy real. El hombre oscuro no hacía nada, le decía su madre. Ella estaba durmiendo tranquila en su cama. Todas las noches su madre la acostaba y le daba un beso en la frente. Entonces Alice le decía que se quedase con ella por si venía el "hombre malo" y Eloise le decía que si eso pasaba tenía que pensar que era un sueño y que cuando se despertase ya no estaría allí.  Entonces Alice se dormía sin decir nada. Al fin y al cabo su madre no iba a dejar que nada malo le pasara y si ella decía que cuando se despertase el hombre malo ya no iba a estar ella se lo creía.

Entonces de repente notaba un calor en las orejas. Notaba como si una mirada penetrante se le clavase en la nuca y entonces sabía que ya estaba allí otra vez. No se movía de la cama. Ni un milímetro. Porque cuando eso sucedía su cuerpo se paralizaba. El frío y el calor se mezclaban y se concentraban en diferentes partes de su carne y de sus huesos. Entonces su corazón empezaba a latir muy fuerte.

Después sucedía lo más desagradable. Lo que hacía que Alice no sólo se paralizara sino que sintiera que su corazón se le iba a salir del pecho. Era cuando el hombre malo le hablaba a través de la ventana. A veces no le veía porque se dormía mirando hacia la puerta. Pero otras lo hacía mirando hacia la ventana y entonces, cuando conseguía abrir lo ojos, se filtraba entre las sábanas y los rizos de la niña le imagen negra de una sombra apoyada contra el cristal que le decía: <<¿Quieres venir a mi casa?>>.

Eloise ya no sabía qué hacer con los miedos de su hija. Las pesadillas habían empezado después de las vacaciones de Navidad. Alice había pasado una semana en la casa de su padre. Desde que él y su madre se separaron siempre habían tenido una relación cordial y habían logrado que el divorcio no fuera demasiado traumático para la niña.

Eloise había llevado a Alice al psicólogo del colegio varias veces desde que empezaron a repetirse las pesadillas. Este le decía que era normal. Los niños de esas edades tienden a sentirse en peligro cuando no están cerca de sus padres y por la noche es cuando estos miedos se manifiestan con mayor intensidad. Sin embargo lo mejor que los padres pueden hacer es no magnificar el problema. Si la madre entraba en el juego de la niña era posible que esta interpretase que podía conseguir todo lo que quisiera de su madre a través de la mentira y podía llegar a darse el caso de que se inventara más historias de "hombres malos" o cualquier otra fantasía con tal de conseguir de su madre lo que ella quería.

La niña se acurrucó junto a su madre en la cama y le dijo que por favor le dejase dormir con ella esa noche. Que el hombre malo le daba mucho miedo. Eloise estaba tan cansada que prefirió acceder con tal de poder seguir durmiendo. A la mañana siguiente habló con su hija e intentó hacerla entrar en razón. Pero la niña soló bajaba la cabeza y miraba al suelo. Para ella los sueños y la realidad eran la misma cosa. Aunque su madre le dijera que no podía irse a dormir a su cama cada vez que tenía esa pesadilla ella sólo sabía que cada vez que el hombre malo aparecía por la noche lo único que quería era huir.

La situación lejos de mejorar empeoró con las semanas y Eloise ya no sabía qué hacer. El psicólogo del colegio no le daba ninguna solución y el meterse en la cama con ella ya se había convertido en una costumbre imposible de evitar. Pasaron los días y Alice se fue con su padre el fin de semana que había dicho el juez. Alice quería mucho a su padre. También a su madre. Pero como era a su padre al que veía con menos frecuencia siempre se alegraba mucho cuando podía estar con él.

Antes de llevarse a la niña Eloise apartó a su exmarido y lo llevó a un rincón de la cocina. Allí le explicó la situación que se venía repitiendo desde el final de las vacaciones de Navidad. No mostró una preocupación especial, entendía que, a esas edades, es normal que los niños tengan miedo de la oscuridad. No obstante prometió a la madre que estaría especialmente alerta y que, si veía algo extraño, se lo comunicaría inmediatamente.

El domingo por la noche el padre trajo a Alice a casa de su madre a la hora acordada y nada hacía sospechar que algo raro sucediera. Habían estado en el parque por la mañana y el día anterior habían ido al cine y a comer pizza. Cuando Alice se fue a su cuarto Paul, que así se llamaba el padre, cogió por el brazo a Eloise y la llevó al rincón de la cocina donde habían hablado el viernes anterior.

-Oye... Sobre lo que me comentase de las pesadillas. No quiero parecer paranoico ni nada de eso. Pero la verdad es que Alice ha estado perfectamente los días que ha estado conmigo. Ha dormido en su cuarto sin ningún problema. El sábado por la mañana no le dije nada, pero hoy le he preguntado en el desayuno que qué tal había dormido y me ha dicho que muy bien porque como mi piso está muy alto el hombre malo no puede asomarse a la ventana como en casa de mamá...-.

-Mira Paul... El psicólogo me ha dicho que estas cosas son normales. ¿Tú crees en serio que algún chalado se va a estar acercando todas las noches a la ventana de nuestra hija a decirle que se vaya con él a su casa? Me alegro de que duerma bien en tu casa, pero estoy convencida de que lo que le pasa a Alice no son más que miedos infantiles, el porqué no lo sé, pero miedos infantiles al fin y al cabo-.

-Supongo que tendrás razón pero Alice es lo que más quiero en el mundo y ya sabes que tiendo a preocuparme demasiado por ella. Lo que quería pedirte es simplemente que estuvieras más atenta a cuando se va a dormir. Me refiero a que, si te parece bien, te acerques a su habitación por la noche para asegurarte de que no pasa nada raro-.

-Mira Paul yo no puedo estar pendiente de si la niña tiene pesadillas durante toda la noche. Bastante con que se viene a dormir conmigo noche sí y noche también-.

-Sólo digo que le eches un ojo cuando se supone que todo el mundo está dormido. Por favor Eloise...-.

Cuando dijo esto el padre de Alice puso la cara que a su madre le había enamorado en la Universidad. Paul tenía la costumbre de bajar un poco la cabeza y levantar la ceja derecha cuando pedía algo. Luego sonreía sin mostrar los dientes y ladeando ligeramente el lado derecho de los labios hacia arriba mientras que el lado izquierdo quedaba perfectamente alineado con el resto de la expresión de su cara. A Eloise seguía pareciéndole que estaba muy guapo cuando ponía ese gesto y finalmente accedió a los deseos de su exmarido.

Tal y como cabía esperar los miedos nocturnos de Alice volvieron esa noche. Su madre le arropó y le dio un beso en la frente como todas las noches con la diferencia de que en esta ocasión, después de besar a su hija, sus ojos su fueron inconscientemente hacia el otro lado de la habitación buscando instintivamente la ventana. Alice no lo notó. Eloise no vio nada extraño. Ahí estaba la ventana y, detrás de ella, el jardín de la casa. Nada más.

Aquella noche su madre no pudo dormir. Se preguntaba a sí misma si su exmarido era un paranoico o tendría razón. Le culpaba, pero sin demasiado rencor, de haberle metido el miedo en los huesos. No podía dormir y decidió levantarse sin encender ninguna luz. Se escurrió sigilosa por el pasillo que llevaba hasta la habitación de su hija y se asomó muy despacio por el hueco de la puerta. Primero vio a la pequeña Alice que dormía en su cama. Después, cuando el ángulo fue el adecuado, miró hacia la ventana de su hija. Nada. La misma ventana y el mismo jardín que había visto cuando había arropado a su hija hacía media hora.

Volvió a su cuarto, se sentó sobre la cama y se encendió un cigarrillo. Este dichoso Paul siempre haciéndole la vida imposible. En la Universidad se habían conocido en el primer curso. Ella estudiaba Filología Anglosajona y él Historia. Desde el primer día que le vio le gustó. Empezaron a salir a los pocos meses de primero. Paul era un hombre divertido y despreocupado. Eso fue lo que más le gustaba a Eloise de su exmarido. Al menos al principio. Cuando terminaron la Universidad se casaron y decidieron dar la vuelta al mundo. Se tomaron un año sabático y, con el dinero que habían ahorrado dando clases particulares a chavales de educación secundaria, cumplieron su sueño. Año y medio después nació Alice. A Eloise le enamoró el espíritu aventurero y librepensador de su marido pero también fue lo que terminó con su matrimonio. Paul quería seguir viajando y Eloise quería establecerse, echar raíces en un mismo sitio y ver crecer a su hija. Paul también quería ver crecer a su hija, pero no le importaba que cada año fuera en una punta distinta del planeta. Eloise no podía con eso. Ahora hacía un poco más de un año de la separación y a Eloise todavía se le hacía muy extraño pensar que ya no estaban juntos. Más todavía cuando fue ella la que tomó la decisión de poner punto y final a la relación.

Del cigarrillo no quedaba nada más que la colilla. Eloise fue al baño. Ahora por fin podría descansar de una vez. Al pasar por el pasillo volvió a mirar en la habitación de su hija. De nuevo nada. En el baño se quedó un rato más pensando sentada en la taza del váter. Se encendió otro cigarrillo y siguió pensando en Paul. Se lo terminó y tiró la colilla al inodoro. Al cruzar por el pasillo se chocó con Alice que salía despavorida de su habitación con dirección a la de su madre. La niña no la reconoció y dio un grito que se escuchó en toda la casa. Eloise se quedó paralizada de miedo. Alice lloraba en el suelo junto a los pies de su madre. Eloise permanecía petrificada. Desde el pasillo, a través de la puerta de su hija, veía por la ventana que daba a la habitación como el "hombre malo" huía al darse cuenta de que había sido descubierto...