miércoles, 22 de junio de 2016

El hombre sabio

Hubo una vez un hombre sabio que había dedicado toda su vida al estudio de las diferentes artes y ciencias. Sin embargo, su existencia estaba vacía. Por más que había estudiado los misterios de la tierra y escudriñado las maravillas del cielo no había logrado entender el significado del mundo. Cada día se preguntaba por el sentido de la vida y por el objetivo de todas sus acciones. Él las dirigía a un mismo fin: Conocer el mundo. Estaba seguro de que, conociendo el mundo, estudiando lo suficiente, tarde o temprano llegaría a algún tipo de conocimiento certero y seguro, algo que diera sentido al porqué de las cosas y al devenir del mundo. 

Los años pasaron y, aquel hombre sabio, logró aprender muchas cosas sobre las ciencias y las técnicas que regían el mundo natural y humano. Aprendió las artes y las diversas filosofías que dirigen las vidas de los hombres. Gracias a la gran sabiduría que había logrado acumular, aprendió también a dominar a esos otros hombres a voluntad y, gracias a esto, se convirtió en un hombre poderoso, con mucha influencia en los asuntos del gobierno. No obstante, a pesar de todo lo que había logrado, seguía sin comprender aquello que más anhelaba en todo el universo, entender el significado de la vida, comprender el sentido del mundo. Por esto, todas las noches, cuando se acostaba, volvía a su mente la misma pregunta: “¿Por qué el ser y no la nada?”. 

Anduvo los siguientes años enfrascado en esta misma tarea hasta que, finalmente, los días pasaron y consumieron la energía de la juventud. Entonces, viendo que el final de su vida estaba cerca se paró a reflexionar. Algunos hubieran creído que, entonces, el hombre sabio se habría arrepentido de “desperdiciar” tantas horas en la búsqueda de un conocimiento que no había logrado alcanzar. Sin embargo, el hombre sabio era persistente y metódico. Comprendió que, dada la situación, podía abandonar su empresa y disfrutar sin dirección ninguna de los pocos años que aún le restaban o que, por el contrario, podía burlar la muerte para, así, disponer de más tiempo para alcanzar sus objetivos. 

De este modo, se puso a trabajar sin descanso. Dirigió todos sus esfuerzos a la búsqueda de la inmortalidad, deseaba con todo su corazón controlar la muerte para poseer la vida y, con la vida en sus manos, poder escapar de los límites del tiempo. Gracias a todos los años de estudio y a su incansable trabajo consiguió desarrollar con su ciencia una forma de evitar la muerte. Los sacrificios fueron enormes pero, finalmente, logró engañar al tiempo y a la biología. Desarrolló un método para revertir los daños causados por la vida y, de este modo, cada vez que envejecía, su ciencia lograba que la juventud retornase a su cuerpo sin causar ningún daño. 

Una vez que logró derrotar a la muerte vino a su mente un nuevo obstáculo en el que no había reparado durante todos los años que había dedicado a desnaturalizar la biología. ¿Qué pasaría si, a pesar de toda la ciencia que lo mantenía con vida, un terrible accidente sesgara su existencia de un solo golpe?

Construyó una fortaleza inexpugnable. Gracias a la ciencia y los conocimientos que había adquirido durante toda su vida fue un trabajo largo pero posible. De esta forma, cuando estuvo concluida su nueva gran obra, se encerró dentro de sus entrañas para que nada ni nadie pudiera suponer un peligro. Conseguía todo lo que necesitaba del exterior gracias máquinas gigantes que, de nuevo, había desarrollado gracias a su ciencia. Finalmente, se sentó delante de uno de sus ordenadores y volvió a preguntarse por el sentido de la vida. Ahora que había logrado vencer al azar y a la muerte, nada debería interponerse en su camino. 

Pasaron los años y, el hombre sabio, continuaba sin encontrar el sentido a la vida ni a la existencia del mundo. Dentro de su castillo el tiempo se había detenido. Todo se desarrollaba en un ciclo estable e ininterrumpido. Lo que necesitaba del exterior entraba a través de las máquinas que vigilaban que nada fuera peligroso. Dentro de la fortaleza, usaba sus conocimientos para rejuvenecer constantemente y mantenerse con una salud perfecta. Nunca enfermó y jamás sucedió nada extraño que no estuviera previsto en sus apuntes. De esta forma, los años se convirtieron en siglos y los siglos en milenios. El hombre sabio había conseguido almacenar todo el conocimiento necesario para comprender todo cuando le rodeaba. Sin embargo, seguía sin encontrar sentido a su vida ni a la existencia. A pesar de todos sus esfuerzos, necesariamente, tenía que haber algo que se le había escapado… 

Un día estaba sentado delante de una pantalla de luz blanquecina. Repasaba sus apuntes una y otra vez, tal y como había hecho durante miles de años. Dio un suspiro y se echó hacia atrás en su silla. Apoyó la espalda y miró hacia arriba. Estaba cansado, hastiado, desanimado de buscar algo que siempre se le escapada. Finalmente, el hombre sabio, sin que sucediera nada en concreto, exhaló su último suspiro y murió de puro aburrimiento. 

jueves, 9 de junio de 2016

¡Larga vida a las manchas!

Huye veloz la noche amarga a esconderse entre las rocas,
Un horizonte guarda, el otro descansa,
Brillante como fuego ardiente, 
Desgarra el orbe arañado.

Florecen las montañas, 
De rosas y naranjas nevadas,
Poderosa arboleda que se eleva sobre dominios excelsos,
Centellean y mutan, verdes y azulados, y blancos de todo tipo.

Impresión francesa de mil colores, 
Como un trazo certero divide los dos mundos,
Uno arriba y otro abajo, 
Dos reinos y dos paletas. 

La calma ocupa el suyo, 
La vida el correspondiente,
Como pececillos helados, 
Los vapores revisten el mar pausado.

Ya se alcanza a distinguir entre sus formas, 
Plenitud y vacío, 
Criaturas de todo tipo brincan los campos, 
Hormigas laboriosas, afanadas en su ventura. 

¡Ya gobierna poderoso! ¡En su trono cabalgando!
¿Quién vería tantos mundos, sin candil tan soberbio?
¡Impresiones infinitas! ¡Manchas y más manchas!
Los colores lo ocupan todo… 

lunes, 23 de mayo de 2016

Para evitar las zarzas...

Anduve por el bosque durante varias horas. Al principio pensaba que lo hacía en la dirección correcta. Sin embargo, cuando empezó a oscurecer y oí el sonido de los primeros búhos, me di cuenta de que estaba perdido. Como no tenía otra opción continué caminando. A los pocos minutos, aunque el cielo todavía conservaba una pizca de claridad en su cresta, todo a mi alrededor estaba demasiado oscuro como para poder verlo. Me senté sobre una roca que había cerca y me detuve a ordenar mis pensamientos. Estaba claro que no llegaría a ningún lado si echaba a andar sin una dirección concreta. 

Mi primera reacción fue buscar las estrellas. Alcé la vista y observé un cielo cada vez más oscuro pero no conseguí ver en él nada que pudiera serme de ayuda. Seguía pensando en compañía de mi soledad. Mis piernas estaban cansadas del camino. Notaba la sangre palpitar constante por mis gemelos y entre los huesos de mis pies. Agradecían que me hubiera sentado a descansar. Entonces se me ocurrió una idea que, al menos en principio, debería funcionar. El bosque en el que me encontraba no estaba en un espacio llano sino que se extendía sobre la ladera de una montaña. Si ascendía hasta lo más alto tendría un buen campo de visión y, desde allí, podría vislumbrar un camino que me llevase de vuelta a casa. 

Al abandonar la roca que me había servido de abrevadero mis rodillas se resintieron. Al momento comencé a ascender en dirección a la cumbre de la colina sorteando zarzas y matorrales que, a medida que subía, se iban convirtiendo en la única vegetación que habitaba aquel peñasco. Poco a poco los árboles habían desaparecido por completo y, al llegar a cierta altura, también lo hicieron los espinos. Tras de mí se extendía un bosque negro como la noche y profundo como las aguas de un mar en calma. No pude evitar pensar en las bestias que lo habitarían y en mi suerte por no haberme topado con ellas. Por delante, el paisaje no era más amable. La colina continuaba en pendiente ascendente en forma de pedregal y ríos de arena sigilosa que se extendían de manera irregular a largo de la lontananza.

miércoles, 20 de abril de 2016

Gracia

Anduvimos por la margen de la carretera durante un buen rato. A nuestras espaldas el pueblo iba quedando cada vez más lejos mientras me contaba la historia de su vida. Al principio hablaba con más cautela. En ningún momento se mostró dubitativa, pero sí que esperó a ver de qué pie cojeaba yo para recrearse en ciertos detalles de la narración. Entonces, cuando creyó que estaría de acuerdo con todo lo que me contase, la crónica de su juventud se mostró con muchos más colores que los grises iniciales de cuando me la habían presentado. 

Me explicó que siempre había vivido en aquel pueblo. Su padre había sido el alcalde y su madre nunca había trabajado. Únicamente, según me dijo, había colaborado en ciertas labores en la iglesia. Pero Gracia no consideraba aquello como "trabajar de verdad". Gracias a la buena situación económica de su familia había podido estudiar aunque, en su familia, hubieran sido cuatro hijos. Ella era la pequeña. Había tenido tres hermanos mayores que ya habían fallecido, igual que sus padres. A pesar de haber ido a la universidad su vida se reducía al pueblo. Al graduarse en Filología le ofrecieron un puesto de ayudante de profesor en la facultad que ella rechazó. Coincidió con la época en que su padre había enfermado y, al terminar la carrera, decidió volver al pueblo para cuidar de él. Después de aquello no había vuelto a salir de aquellas tierras castellanas. 

A veces tenía que pararse y descansar en los bancos que se distribuían a lo largo del paseo. El camino no era muy largo, puede que sólo un kilómetro. Sin embargo, tuvimos que parar dos veces. Ella hablaba de su pasado y yo escuchaba. Era mi misión, al fin y al cabo, era parte de mi trabajo. Después de que su padre muriera tuvo que cuidar de su madre. Sus hermanos se habían casado y vivían en la ciudad, aunque, según me contó, venían a verla a menudo. 

Según me explicó, para ser hombres, tanto ella como su madre no podían quejarse. En ese momento me interesé por su forma de ver las cosas. Al principio no entendí muy bien a qué se refería. Creo que esa fue la única vez en todo el camino que interrumpí su discurso para preguntar. Me explicó que los hombres, desde que nacen, están siempre muy “enmadrados”. En el caso de sus hermanos no había sido diferente y, los tres, habían crecido bajo el ala protectora de su difunta madre. En su caso había sido su padre el que había hecho de guardián. Ella era “su niña pequeña”. Continuó explicándome que, aunque los hombres siempre amen a sus madres, antes o después se casan con sus mujeres. Es ley de vida, decía. Entonces, pueden pasar dos cosas, que se conviertan en unos malos maridos o que se conviertan en marionetas de sus esposas. En ambos casos, los resultados para el matrimonio son muy distintos pero, en lo que respecta al tema que nos ocupaba, no había diferencia. Esos hijos que han vivido siempre a la sombra de su madre pasan a vivir a la sombre de su mujer, de un modo u otro, y, en la mayoría de los casos, se olvidan de la persona que les trajo al mundo. Es ley de vida, repitió. Pero en el caso de sus hermanos no fue así. Los tres habían venido a verlas con mucha frecuencia pese a lo que cabría esperar después de sus respectivos casamientos

Al principio pensé que terminaría hablando de las virtudes de sus hermanos. Sin embargo no fue así, lo hizo hablando de las virtudes de sus esposas. Dijo que sus hermanos eran hombres y que, como todos los hombres, hacen lo que les digan sus mujeres. Si sus hermanos no dejaron de venir por casa después de haber contraído matrimonio fue, únicamente, porque sus esposas fueron buenas mujeres y tenían cariño a su suegra. 

La tarde era agradable. Era una de esas tardes de primavera que lo mismo hace frío que calor. Si uno tenía la suerte o la desgracia de sentarse al sol se cocía y, si lo hacía a la sombra, enseguida sentía frío en los brazos. Gracia llevaba su chaqueta de punto encima de los hombros. La chaqueta iba y venía constantemente de aquí para allá y lo mismo se la ponía que se la quitaba. Todo dependía de lo caprichoso que estuviera el viento. 

Después de casi una hora de caminata y descansos llegamos a una puerta de hierro forjado pintada de negro. El diseño y las filigranas que la decoraban querían parecer antiguas pero la pintura sintética que le habían aplicado para darle el acabado final denotaba su hechura moderna. Abrí la puerta y ayudé a Gracia a salvar el escalón de la entrada. Me dijo que no cerrase, que seguramente vendría más gente y que no merecía la pena hacerlo hasta que se fuera el sol. Frente a nosotros se extendía una gran avenida dividida en dos por una hilera de cipreses que se dispersaba a lo largo de la parte central del camino. El paseo no había terminado y anduvimos otro buen trecho hasta que llegamos a nuestro destino. 

Al llegar deposité la mochila que llevaba en el suelo y saqué una botella de plástico y un trapo hecho con una camiseta vieja de algodón blanco. No tuve tiempo de preguntar si necesitaba ayuda porque, Gracia, prácticamente me los arrebató de las manos y se puso a limpiar la losa de granito que tapaba la tumba. Le pregunté si necesitaba ayuda pero me dijo que no hacía falta. Prefería hacerlo ella. Era algo que le reconfortaba. A pesar de haber perdido a su familia no me pareció que, al hablar de ella, se entristeciera. Tampoco mostró alegría como es de suponer. Simplemente hablaba de hechos del pasado con naturalidad. Con la distancia que debe dar el paso del tiempo. 

Mientras se esmeraba en sacar brillo a la lápida rebuscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó unas cuantas monedas. Me dijo que fuera a comprar un ramo de margaritas. Me dio unas cuantas indicaciones y me dirigí al quiosco que había dentro del cementerio. Cuando regresé Gracia estaba de pie, con las manos apoyadas en sus caderas y con gran cara de satisfacción mientras observaba el resultado de su trabajo. Se la veía orgullosa. Tomó el ramo de flores y lo depositó en una pequeña hendidura que había a los pies de la lápida tallada expresamente para tal fin.


viernes, 15 de abril de 2016

Dar tres vueltas a la propia casa

Dice el proverbio chino: “Antes de cambiar el mundo da tres vueltas a tu propia casa”. A lo largo de la historia de los pueblos hay dichos similares, al fin y al cabo la experiencia humana es siempre humana, independientemente de dónde y cuándo se haya vivido. 

Recuerdo que, a lo largo de muchos años, siempre fantaseaba con las grandes cosas que haría cuando fuera “mayor”. El tiempo ha pasado más rápido de lo que esperaba, y son muchas las cosas que he hecho, aunque no tan grandes como había soñado. En la adolescencia la energía es infinita. Las ganas de cambiar el mundo encuentran la fuerza necesaria para lograrlo. Sin embargo, sin ser un anciano aún, esa fortaleza se desvanece poco a poco (Temo cómo serán los años venideros si ya hoy el agotamiento es tal). La verdad es que, echando la vista atrás, y con la ventaja que aporta la perspectiva del tiempo pasado, uno se da cuenta de que el mayor pecado que se comete en la juventud es creer que es más fácil cambiar el mundo que hacerlo con uno mismo. De nada sirven los grandes ideales y los grandes proyectos cuando no se puede salvar un sólo día. 

El proverbio habla del mundo y de la propia casa. Mundo es siempre una palabra grande, aunque se utilice con distintos significados. En su sentido más amplio se refiere a la Realidad, al todo, a la suma de todas las cosas que existen. Su otro sentido, el pequeño, hace referencia a espacios más reducidos pero que guardan alguna relación entre sí. Además, suele ir acompañado de un predicado que lo determina para acotar bien la esfera de lo que cae en su pertenencia: el mundo de las ideas, el mundo universitario, el mundo de la política... 

La propia casa es una metáfora de la propia persona. Es bastante acertada. Al fin y al cabo, la casa es, en cierta medida, una prolongación de nuestro propio ser. Tiene personalidad, no es algo que se adquiera completado sino que es su habitante quien, con su “vivir en ella”, hace que la casa sea casa y no sólo inmueble o edificio. Dar tres vueltas a la propia casa se refiere a mirar nuestro pequeño entorno, nuestra propia persona y todas sus prolongaciones. 

El mundo y la casa se enfrentan para ilustrar un conflicto que se repite eternamente, generación tras generación y cultura tras cultura. El proverbio pretende llamar la atención sobre una realidad que es dolorosa pero muy tangible. Tenemos voluntad de cambiar el mundo, pero no somos capaces, ni siquiera, de cambiar nuestro espacio más cercano. Teorizamos sobre las grandes ideas y proyectamos sobre cuál debería ser el mundo perfecto y, sin embargo, no somos capaces de aplicar esos principios a las tres vueltas de la casa. 

La conclusión es clara (Es lo bueno que tienen los refranes, no hace falta pensar para aprehender su significado, simplemente llegan a nosotros como una luz brillante que transforma lo negro en día y el vacío en miles de cosas con formas y colores): El objetivo sobre el que se debe centrar todo el esfuerzo no es el “gran mundo” sino la “pequeña casa”. 

lunes, 11 de abril de 2016

La letra favorita

Los papeles se amontonaban sobre la mesa. Todo el escritorio era una masa informe de libros y hojas sueltas llenas de anotaciones hechas a lápiz. Justo en el centro había un cuaderno abierto por la mitad. Las carillas estaban sucias y llenas de garabatos que habían sido escritos muy rápido y sin cuidado. Se notaba en la forma que tomaban las letras sobre el papel. En el caso de las vocales no destacaba tanto pero con las consonantes la cosa era distinta. Eran más alargadas, tanto a lo ancho como a lo largo. Las rayas que se extendían de arriba a abajo junto a cada cuerpo lo delataban. Giraban de un lado a otro según su colocación. Siempre seguía el mismo patrón. Si la filigrana estaba arriba se caía hacia la derecha, si estaba abajo se torcía a la izquierda. Cuando se leía el texto a cierta distancia, parecía un montón de hierba que se inclinaba con el soplo del viento.

Su letra favorita era la efe. Con ella podía jugar y conseguir los requiebros más obscenos en los manuscritos. La punta del lápiz se apoyaba firme sobre el papel y luego, de un único trazo, una línea seca y sorda dividía en dos la escritura. Así, creaba una barra de separación que parecía más un signo de puntuación que una letra. Aquella barra le encantaba. Tenía la manía de hacer las efes así. No eran efes sino rayas grotescas y bien marcadas que sobresalían por arriba y por abajo dejando en evidencia al resto de sus compañeras. Arrastraba esa manía y era algo con lo que disfrutaba a pesar de llevar años haciéndolo una y otra vez de manera ritual.

Gozaba sobremanera cuando llegaba una palabra con varias efes. De todas, su favorita era filosofía. No porque le gustase la materia, que también. Adoraba la filosofía. Pero no disfrutaba escribiendo esa palabra por su significado sino por su abundancia de efes. Poder escribir dos rayas secas y cortantes, orgullosas de ser tan ostentosas por ambos lados y, a la vez, tan juntas entre sí, producía un placer indescriptible. Había ocasiones en las que la dicha quedaba frustrada por un punto malintencionado. Si filosofía era la primera palabra de la nueva oración era un fastidio porque, entonces, la primera efe se escribía con mayúscula y, en ese caso, la palabra perdía toda su gracia. Sin embargo, la mayoría de las veces, el problema conseguía ser solventado con un simple artículo delante del sujeto. Aquella jugarreta conseguía proferir todavía más éxtasis a la dicha de acuchillar el folio dos veces tan seguidas porque tenía la virtud de conseguir que se sintiera como un verdadero canalla al lograr esquivar, con intelecto pero con sencillez, el punto antojadizo que precedía la palabra mágica.

jueves, 17 de marzo de 2016

Un desierto de hielo

Había en todo esto un aspecto raro que no terminaba de reconocer con exactitud. El viento era frío y seco. Cortaba los labios y las mejillas cuando chocaba de forma fina en la cara. Contuve los puños cerrados contra mí, apoyados junto a las piernas para que no se filtrase el aire helado por las palmas de las manos. Ahora todo estaba congelado. La tierra que estaba bajo mis pies se retorcía en complicados escorzos hechos de hielo y barro. Había también trozos de ramas podridas y algunas bolas de hojas secas y desgarradas que se arremolinaban en podredumbre.

Hacía sólo seis meses el paisaje había sido completamente diferente. El barro no estaba tan compacto y apenas se dejada ver. Por todo el suelo brotaban tallos verdes y finos de hierba salpicados con flores rojas y blancas. Justo al final del parque había una fuente de piedra. Era pequeña, de un metro de altura aproximadamente. A su alrededor se formaban muchos charcos que inundaban la tierra y no dejaban que las plantas echasen raíz. Era el sitio preferido por los gorriones y las palomas. Se amontonaban como una especie de enjambre para beber agua. Cada uno de los pájaros se movía de forma independiente pero, todos juntos, creaban la sensación de ser un solo cuerpo. Parecía un banco de peces de se moviera por el suelo creando formas indefinidas que se rompían y se volvían a formar una y otra vez. No pasaba más de dos segundos sin que el pelotón estuviera hecho un solo cuerpo uniforme y abstracto. Más allá de la fuente, junto a los arbustos, crecían amapolas rojas que eran el hogar de miríadas de insectos voladores. Había abejas y mariquitas. Pero, de entre todos los bichos, eran las mariposas las que más llamaban la atención por sus colores. Como estaban junto a los arbustos nadie se acercaba a ellas y podían volar tranquilas sin preocupaciones.

Ahora los arbustos estaban secos. Sólo quedaban sus esqueletos irguiéndose penosos sobre sus tallos negros y quebradizos. Del caño de la fuente goteaba de poco en poco agua que, al tocar el suelo, había formado un agujero en el charco helado que la rodeaba. No había amapolas, ni insectos, ni aves de ningún tipo. Sólo los tristes huesos de los matorrales erguidos al final del parterre daban testimonio de que había habido un día en el que aquel lugar no había sido dominio del invierno. Un desierto de hielo, todo lo demás que se pudiera haber dicho habría sido ser demasiado generoso con esa tierra muerta de escarcha y fango.

miércoles, 2 de marzo de 2016

El átomo

El átomo es la unidad del universo,
La gregería es la unidad literaria.
Quien comprende la unidad comprende el mundo,
Quien no comprende la unidad se pierde en un mar de formas.

Así, como hablaron los antiguos,
El uno engendra el dos,
El dos engendra el tres,
El tres engendra los mil millones de seres...

martes, 9 de febrero de 2016

Cautiverio (Primera parte)

He perdido la cuenta de los días que llevo encerrado. Es algo lógico. Simplemente era cuestión de tiempo. Tenía que haber sido más listo y apuntarlo con marcas en la pared como hacen en las películas. Ahora ya da igual. Aunque empezase a contar mi cautiverio desde hoy no me serviría de nada porque no sé si llevo encerrado semanas o meses. Mi única referencia del exterior es el ventanuco de la pared. Pero es tan poca la luz y el aire que entra que lo único que alcanzo a distinguir es si es de día o de noche. Si al menos pudiera recordar qué pasó...

Por las noches lo sueños se confunden con los recuerdos. Ayer estaba caminando por un campo de trigo amarillo en verano. El viento era fresco y a la vez templado, como el que sopla en los atardeceres de septiembre. Caminaba con el rumbo fijo al encuentro de alguien pero no consigo recordar a quién buscaba. De lo que sí que estoy seguro es de que no paseaba sin dirección fija. Tenía un objetivo claro, e iba a su encuentro. De repente oí un sonido que no era natural, casi como un zumbido mecánico. Me hizo pararme en seco y, cuando volvía la mirada hacia atrás, todo se volvía oscuro.

Me desperté con el corazón a mil latidos por minuto y la respiración agitada. Lo que más rabia me produjo cuando volví en mí es que no sé si se trataba sólo de un sueño o en realidad era parte de un recuerdo. La sensación de impotencia es horrible. Quisiera ser libre. Quisiera que estos muros que ahora son todo mi mundo se resquebrajasen y me dejaran ver qué hay más haya de este sótano. Estoy seguro de que este no es mi estado natural. Yo era libre, aunque no consiga recordar ni cómo ni cuándo.

El primer día que desperté en esta cueva estaba asustado. Ahora ya el miedo ha pasado a un segundo plano. Mentiría si dijera que no lo tengo. Pero mi curiosidad es más fuerte que el miedo. Mis ganas de entender mi situación serían capaces de hacer que luchara contra mis captores si con ello obtuviera respuestas, aunque ello supusiera poner en riesgo mi vida. Pensándolo bien es horrible que el hombre llegue a la situación de amar más la verdad que la propia vida y, sin embargo, aquí estoy...

Estoy seguro de que en otra situación cualquier persona con el juicio sano respondería que valora más la vida que la verdad, que prefiere vivir a no ser libre. Sin embargo, ahora que me veo encadenado en esta trampa, comprendo que no puede haber vida sin verdad. Vivo sin vivir en mí... ¡Maldita sea! Estoy seguro de haber escuchado esa frase antes. Si tan siquiera pudiera recordar dónde quizás tendría alguna pista para saber quién soy y qué hago aquí.

Cuando pienso demasiado e intento recordar las cosas termino con dolor de cabeza. La presión del trabajo mental se coloca a ambos lados de la cabeza, justo en las sienes. Después sube por la frente y penetra hasta el cerebro y se sitúa entre los dos hemisferios. Luego ya es cuando tengo que dejar de pensar porque el dolor se vuelve demasiado intenso.

Usando la razón he llegado a ver algunas cosas del mundo exterior. Naturalmente mis ojos no pueden captar nada a través de la ventana por la que respiro. Su tamaño es tan ridículo que simplemente sirve para que no me ahogue en mi propio dióxido de carbono. En el exterior se oyen pájaros. Pajaritos pequeños que pían por las mañanas y por las tardes. También se oye el viento y se oye cómo mece la hierba o algún tipo de planta parecida. Gracias a esto he llegado a la conclusión de que estoy en algún lugar cerca del campo. Probablemente en un lugar abierto y rodeado de vegetación. Además, esto tendría sentido. Sería un lugar estupendo para esconder a una persona sin que nadie sospeche nada. Todo esto suponiendo que haya alguien por los alrededores...

Otra conclusión a la que he llegado es que debemos estar en primavera. De esto estoy prácticamente seguro porque el aire que entra por la ventana arrastra consigo pelusas de polen. Tenemos que estar en mayo o en junio. No sé qué tipo de polen es. Pero es polen, de eso estoy seguro porque lo veo cuando entra. Cuando las pelusas son grandes las tiro por el pozo y me olvido de ellas. El pozo está en una de las esquinas de la habitación y lo utilizo como retrete y basurero.

Además del pozo hay un torno en la pared por la que me mandan todo aquello que necesito. De momento sólo he recibido comida, agua y toallas húmedas para limpiarme. Las dos primeras veces que vi que se movía grité y pedí ayuda. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos, no obtuve ninguna respuesta y, a día de hoy, sé que por esa vía no voy a conseguir nada.

No sé qué hacer. Escapar parece imposible, conseguir respuestas también. Lo único que puedo hacer es ver pasar el tiempo esperando que algo cambie. Sin embargo lo que más me extraña es la ausencia de mis recuerdos. No tiene ningún sentido que no recuerde nada de mi vida anterior a estar encerrado aquí. Es posible que me hayan drogado para que olvide quién era. Es lo único que se me ocurre. Si me han secuestrado imagino que quien lo haya hecho querrá algo de mí. De mí o a través de mí. Es posible que me quieran para un intercambio o algo similar. Lo que está claro es que si me quisiera haber matado ya lo hubiera hecho. Aunque tampoco puedo descartar completamente esa posibilidad. ¡Maldito dolor de cabeza! No puedo quedarme aquí sin hacer nada. Tengo que trazar un plan...

martes, 2 de febrero de 2016

¡Tienen religión!

¡Tienen religión! O al menos eso creo... No lo puedo asegurar con certeza pero después del último mensaje estoy casi seguro de que escuché la palabra "religión" entre la maraña de información que percibí.

Llevo aquí ya casi un mes y hasta ahora nunca había imaginado que pudieran tener, en su cultura, algo parecido a lo que nosotros entendemos como religión... Quizás fueran prejuicios míos pero supuse que una civilización como la suya no tendría elementos culturales de este tipo. El problema que se me plantea es que no puedo establecer una comunicación directa con ellos. Toda la información que tengo la he recibido porque ellos me la han transmitido con mayor o menor eficacia pero, siempre, ha sido unidireccional. De esta manera no hay nada que pueda hacer para recabar más información que esperar a que sean ellos quienes me la proporcionen.

Por lo demás continúo en esta habitación circular con todas las cosas que me han proporcionado. Estoy convencido de que me observan. Eso es algo que tuve muy claro desde el principio. A pesar de no saber cómo y desde donde no me cabe duda de que estoy permanentemente vigilado igual que nuestros científicos observan las criaturas microscópicas a través de sus microscopios. Esto me hace preguntarme por el aspecto de esos seres que me tienen aquí encerrado. ¿Tendrán el mismo tamaño que yo? ¿O serán enormes en proporción a los hombres? Si al menos les pudiera ver en los mensajes...

El último mensaje ha sido esta noche. Como todos los anteriores se ha transmitido mediante el sueño. Creo que utilizan algún método telepático para insertar la información en mi cabeza mientras duermo. Por ahora no he obtenido ninguno en estado de vigila y eso me hace preguntarme sobre si necesitan que esté dormido para introducirse en mi cabeza o, por el contrario, lo hacen aposta por alguna razón concreta que desconozco. Después del primero de los mensajes reconozco que tuve miedo. Ahora ya los empiezo a ver como algo natural. De hecho, la curiosidad que despiertan en mí es más fuerte que el miedo. Esto no significa que no me aterre la idea de estar completamente a su disposición y privado de mi libertad. Sin embargo si me hubieran querido matar sin más ya lo hubieran hecho...

El mensaje de esta noche ha sido idéntico en la forma de los anteriores. Primero me veía a mí mismo en un espacio completamente oscuro y después empezaba a oír un zumbido agudo que se iba modulando poco a poco, igual que cuando se sintoniza una radio cuando se busca la emisora. Después el plano espacial se transformaba en algo más plano y parecía como si estuviera observando, desde la distancia, una pantalla plana. Entonces aparecían las ondas luminosas frente a mí. Al igual que las otras veces con los mismos colores: rosa, amarillo y naranja. Y se entrecruzaban entre ellas y saltaban y oscilaban según la modulación del sonido que recibía. Cuando el sistema estaba encendido era cuando los zumbidos se volvían más claros y entonces conseguía distinguir las palabras o las frases que me querían transmitir.

Del mensaje de esta noche recuerdo algunas cosas, entre ellas la palabra "religión". Los mensajes parecían piezas inconexas entre sí pero imagino que eso se debe a la dificultad que tienen de alojar en mi cabeza los mensajes que desean enviarme desde su lenguaje natural al lenguaje humano. La primera palabra que recuerdo es "tranquilo". Después "agudo". La tercera era "calor". Después de esas tres palabras el mensaje propiamente dicho que sí que estaba formado de varias palabras ordenadas con significado: "Según los otros representantes la religión no debe ser un problema. Debemos proceder como estaba establecido".

No tengo la menor idea de lo que significará. Entiendo que debido a la religión que mencionan ellos no podían hacer algo que estaban pensando hacer pero que, tras debatir con los "otros", han llegado a la conclusión de que no es un problema y van a seguir haciendo lo que estaba previsto desde el principio. Respecto a las otras palabras anteriores al mensaje no he conseguido encontrarles un significado ni un sentido que me aclare nada.

Lo único que me queda es esperar a recibir más información para ver si consigo sacar algo en claro. Es importante que apunte todos los detalles de cada uno de los mensajes porque, al ser tan inconexos, se me podrían olvidar con facilidad y la única opción que tengo de conseguir sacar conclusiones que me ayuden a comprender dónde estoy es analizar estos mensajes. Por el momento el resto de necesidades, las que podríamos llamar puramente biológicas, siguen satisfechas gracias a la plataforma de envíos. Sigo sin entender cómo funciona ni por dónde acceden las diferentes cosas que recibo. Pero la verdad es que mientras funcione correctamente y con la asiduidad con la que lo viene haciendo hasta ahora ese es un tema del que no tengo que preocuparme.